Soledad Gallego, periodista

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Conocí a Soledad Gallego-Díaz cuando le encargaron que dirigiera el cuadernillo andaluz de El País, creo que el año 94. Llevaba mucho tiempo leyéndola, pero solo entonces tuve trato regular con ella, porque me pidió que escribiera una columna semanal. La mantuve durante tres o cuatro años. Una parte de aquellos artículos los recogí en un libro que se difundió muy poco, La huerta del Edén. Salían los sábados, y con bastante frecuencia los prebostes políticos se enfadaban con ellos. Soledad siempre me dio su apoyo sereno y discreto.

Cada vez que quiero no olvidarme de lo serio, lo necesario, lo importante que puede ser el oficio de periodista pienso en Soledad. Ha hecho muchas cosas en el periódico, pero todas las ha hecho con un rigor extremo y con una intachable calidad de escritura. Soledad no ha incurrido nunca en el sectarismo, en la palabrería, en el insulto. No ha considerado aceptable que los periódicos se deban trivializar ni abaratar para ponerse a la altura de los tiempos. Fue durante varios años corresponsal en Buenos Aires y mandaba desde allí unas crónicas sustanciosas que tenían la virtud de hacer claro lo difícil sin simplificarlo. Fue uno de los primeros periodistas españoles que logró llegar a Nueva York tras el atentado de las Torres Gemelas. Elvira y yo la recibimos. Se fijaba en todo y escuchaba muy seria lo que le contábamos. Conversando después de una cena en Union Square echamos a andar Broadway arriba con ella y me temo que cuando la dejamos en la puerta de su hotel, el Warwick, a un par de calles de Central Park, estaba agotada. Pero íbamos charlando tan gustosamente que casi no nos dábamos cuenta de la caminata.

En el periodismo español se toma con mucha frecuencia por autenticidad lo que no es más que sectarismo crudo, cuando no mera grosería. Soledad Gallego no se casa con nadie y dice verdades en ese tono educado, preciso y un poco monótono con el que habla, seria incluso cuando sonríe. Nunca dejo de leer sus artículos de los domingos. Pero el de este último me ha estremecido con su claridad argumental, con su rotunda indignación.